EMOCIONES Y ELECCIONES ALIMENTARIAS
Las elecciones alimentarias tienen un carácter multidimensional con una estructura dinámica y variable, no sólo entre los distintos individuos de un grupo sino incluso, para un mismo individuo en momentos y contextos diferentes.
Los factores que generalmente tienden a influir en las elecciones alimentarias puede ser: las características del alimento (composición química y nutritiva, estructura y propiedades físicas), las de cada consumidor (genéticas, etarias, estado fisiológico y psicológico) y las del entorno que le rodea (hábitos familiares y geográficos, religión, educación, moda, precio o conveniencia de uso). Por ejemplo, actualmente hay una gran influencia por parte de las industrias, la publicidad, el marketing y los prejuicios.
La comida nunca es sólo comida, “comemos por razones mucho más profundas de las que creemos” (Sívori y Fros Campelo, 2016). Cuando el cerebro procesa en conjunto la información procedente de las sensaciones que experimenta al manipular, observar y consumir el alimento, la información adquirida del contexto social y cultural que le rodea y la obtenida de los efectos fisiológicos (placer, saciedad, desagrado, malestar, etc.) que se experimenta al ingerir y después de ingerir un determinado alimento y las compara con la información almacenada en la memoria de experiencias anteriores, se produce la aceptación o el rechazo del alimento. Cualquier variación temporal en alguno de los factores que contribuyen a ello puede modificar el sentido de la respuesta.
Estas razones generalmente están íntimamente relacionadas con emociones o más bien son causa y consecuencia de emociones y sentimientos. “Comemos para pertenecer a la manada y no quedarnos solos, a veces adoptando gustos que no son propios con tal de sentirnos incluidos. Comemos bajo presión social, regulados por la culpa o la vergüenza. Comemos drogados por grasas, sales y azúcares sin darnos cuenta, para obtener recompensas inmediatas. Comemos regidos por mecanismos de defensa cableados de fábrica en nuestro cerebro, como el asco.”” (Sívori y Fros Campelo, 2016).
Asimismo, el investigador y profesor alemán Machtvi (2008) propuso las siguientes hipótesis: a) Las emociones desagradables inducen la alimentación para regular dichas emociones; b) Las emociones intensas suprimen la ingesta de alimento; c) Las emociones agradables y desagradables dificultan el control cognoscitivo de la conducta alimentaria; d) El control de la elección de los alimentos depende de las emociones inducidas por el propio alimento. Además, indicó que la asociación entre las emociones y la alimentación es más fuerte si algunas emociones en particular ocurren con mayor frecuencia en contextos alimentarios que otras emociones, lo cual genera cambios cognitivos y conductuales compatibles con la alimentación.
Un ejemplo muy común relacionado con esto, podría ser que en los momentos en los que solemos estar tristes, angustiados, con mucha ansiedad, el cuerpo nos pide comer alimentos pesados, con muchas harinas, azúcar y grasas, para obtener de esta forma placer instantáneo.
También podríamos decir que cuando somos concientes o estamos en equilibrio y sabemos que alimentos nos estamos llevando a la boca, y elegimos alimentos naturales como cereales integrales, legumbres, vegetales, frutas frescas y secas, esto nos permite como resultado estar mejor con nosotros mismos, más en armonía.
En algunas culturas como la nuestra, la comida es parte importante de las celebraciones que regularmente generan emociones agradables.